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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

martes, 7 de abril de 2009

Autismo y medio ambiente: una nueva oportunidad para la investigación.

El trastorno del espectro autista (TEA) es un complejo trastorno del desarrollo neurológico que suele diagnosticarse en niños antes de los tres años de edad. Sus características distintivas son el deterioro de las relaciones sociales, de las habilidades para el lenguaje y el juego imaginativo, junto con una tendencia hacia diversos tipos de actividades repetitivas e intereses fijos.

En la actualidad, aún no se conoce por completo cuál es su causa; no obstante, hoy día un número cada vez mayor de pruebas sugieren que el entorno podría desempeñar un papel significativo desencadenando el trastorno, probablemente no por sí solo sino a través de una relación compleja con la predisposición genética. Es decir, una gran variedad de factores medioambientales, tales como sustancias químicas y agentes infecciosos, pueden tener un impacto en el desarrollo y progresión del autismo.

En un sondeo reciente, efectuado por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades se estimó que uno de cada 150 niños norteamericanos presenta un trastorno del espectro autista y otros relacionados, como el síndrome de Asperger. Este número es espectacularmente más alto que las estimaciones de los años ochenta y noventa, aunque algunos investigadores creen que el aumento no refleja la incidencia real, sino que se debe en parte a una mayor precisión en su notificación y definición clínica.

Puesto que el autismo no es uno sólo sino que consiste en muchos síndromes diferentes, tanto la investigación como la asistencia clínica apropiada deben organizar a estos niños en categorías separadas partiendo de sus características propias y de su respuesta a los tratamientos. Además, la mejora de los instrumentos diagnósticos permitirá analizar la evolución en el tiempo y comparar a los niños de diferentes entornos. Así pues, se incluirían tambien los niños que estuvieron expuestos prenatalmente a enfermedades infecciosas o toxinas medioambientales. La exposición puede evaluarse de diversas formas; por ejemplo, las sustancias químicas que aparecen con el tiempo, con sensores medioambientales y dosímetros personales.

Y como las tecnologías son cada vez más potentes y sensibles hasta el punto de que resulta fácil examinar miles de sustancias a la vez, algunos investigadores proponen que la mejor opción es una búsqueda de "todos los agentes" en vez de prestar atención tan sólo a los que parezcan estar relacionados.

Todavía queda un largo camino para disponer de tratamientos más eficaces y aunque sólo es el principio, se ha logrado un hito importante en el desarrollo de un programa para investigar el impacto del entorno o del medio ambiente en el autismo. Adaptado de B.M. Altevogt, PhD y cols. Pediatrics (Ed esp). 2008;65(6):314-9.